En aquellos tiempos, siglos antes del nacimiento de Cristo, el demoníaco hombre-lobo era considerado como un ser humano poseído por un deseo antinatural de carne humana que por artes mágicas había encontrado la manera de tomar, a voluntad, la forma de un lobo hambriento, con el objeto de aplacar con mayor rapidez ese horrible apetito. Los sabios de la antigüedad creían que, una vez transformado, el hombre-lobo poseía la fuerza y la astucia del lobo salvaje, pero conservaba la voz y los ojos humanos, gracias a lo cual se le podía reconocer.
La transformación de hombres en lobos aparece en la literatura romana como ate de magia. Virgilio, que vivió en el siglo I a.C., es el primer autor latino que menciona esta superstición. Fue perseguido por Propercio, Servio y Pretonio. Este último, director de espectáculos en la corte de Nerón desde el año 54 hasta el 68, cuenta una bonita historia de hombres-lobo en su novela El satiricón.
Algunas de las tradiciones griegas y romanas consideraban la transformación de un hombre en lobo como un castigo por sacrificar una víctima humana a un dios. En esas ocasiones, cuenta Plinio (c. 61-c. 113), la víctima era llevada a la orilla de un lago y, después de nadar hasta el lado opuesto, se transformaba en lobo. En esta condición recorría los campos con otros hombres-lobo durante nueve años. Si durante ese período se abstenía de comer carne humana, recobraba su forma original que, sin embargo, no había quedado dispensada de los estragos del paso del tiempo.
Los métodos utilizados por los hombres-lobo para realizar sus transformaciones diferían mucho. A veces, el cambio era espontáneo e incontrolable; a veces, como en las transformaciones descritas en las sagas escandinavas e islandesas, se lograban simplemente con colocarse la piel de un lobo real. Pero en muchos casos, lo único que se necesitaba era la intervención de un hechizo que, aunque no provocaba ningún cambio en el cuerpo humano, hacía cuantos lo veían imaginaran que estaban en presencia de un lobo.Algunos de los que se transformaban afirmaban que sólo podían recobrar la forma humana por medio de ciertas medicinas o hierbas, como acónito o cicuta, o frotándose con ungüentos, como hicieron los hombre-lobo escandinavos y centroeuropeos a partir del siglo XV.
En la Edad Media se creía generalmente que los hombres-lobo eran reales.
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